¡Silencio, que no me entero...!
TÍTULO ORIGINAL: 170 Hz
AÑO: 2011
DURACIÓN: 82 min.
PAÍS: Holanda
DIRECTOR: Joost van Ginkel
GUIÓN: Joost van Ginkel
MÚSICA: Pascal Plantinga
FOTOGRAFÍA: Rogier den Boer
REPARTO: Gaite Jansen, Michael Muller, Eva van
Heijningen, Ariane Schluter, Porgy Franssen, Robert de Hoog, Hugo Haenen, Baue
van Leyden, Valerie Pos
PRODUCTORA: Cinéart
Es poco frecuente encontrar historias narradas bajo el
pretexto de la deficiencia auditiva. Y si lo encuentras, es usual que la
película tienda a convertirse en un documental o a que el espectador muestre su lado más sensible exclamando aquello de “¡ay, pobrecito!”.
No es el caso de Joost van Ginkel. Por el contrario, el
director ha aprovechado a unos personajes sordos para crear un espectáculo de
colores y de sonidos monótonos que crean ese aura poético. El sonido no es nada
del otro mundo, pero sí que nos introducirá magistralmente en un mundo
silencioso. Es más cercano al espectáculo visual que a la propia trama
romántica. La historia, a
grandes rasgos, no tiene mucho enganche y que puede aparentar poca novedad y
asombro, pero analizándola lentamente se esconden detalles bellos, terribles y
atroces para dar una cinta fuera de lo habitual.
Envy y Nick, unos jóvenes enamorados que viven un cuento de
amor idílico. Un amor encaminado por los impulsos sin cabida a la razón. Esta
pasión chocará con la trama que acompaña a su entorno familiar, relaciones que harán
sufrir y peligrar el vínculo de esta pareja. Tras una desesperada
decisión de los chicos por alejarse de sus vidas y estar unidos para siempre,
huyen del mundo a un submarino ruso donde hacer una nueva vida. Vida que no
será para nada sencilla y que se cebará de sospechas.
Las interpretaciones son excelentes aunque de poca evolución.
Se plasma una forma de vida desconocida para muchos y el conflicto al que se
somete estas personas por las vidas que dejan atrás. Todo con respeto y
naturalidad. El final, aunque breve, presenta una fuerza increíble arrastrando
en unos segundos toda la historia. Una bofetada de emociones difícil de
digerir.
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